La transición energética es una necesidad, pero también es una oportunidad para desarrollar una economía más competitiva.
Artículo de opinión de Alberto Amores, socio de Monitor Deloitte
La descarbonización de las economías es una cuestión prioritaria para el planeta y la Unión Europea quiere liderar la nueva revolución energética que conlleva. En nuestro país, el Gobierno tiene previsto desarrollar la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, que deberá sentar las bases a largo plazo para cumplir con nuestros compromisos medioambientales.
Cumplir los objetivos que la UE y España han asumido a 2030 y 2050 sólo se pueden lograr desplazando de nuestra matriz el petróleo y el carbón y sustituyéndolos por electricidad generada con renovables y por gas natural. Y haciendo muchísima eficiencia energética, desacoplando definitivamente el consumo de energía del crecimiento del PIB. No hay otra manera, sobre esto no debería haber discusión. La discusión se debe centrar en la velocidad de la transición energética la cual debe estar marcada, fundamentalmente, por la disponibilidad de tecnologías maduras y competitivas no emisoras. Y este esfuerzo no se puede concentrar sólo en el sector eléctrico, ya que sólo es responsable del 19% de las emisiones del país.
Así, para descarbonizar el sector transporte, responsable del 25% de las emisiones GEI y del 42% de la demanda de energía final en España, la solución a plantearse es su electrificación, con el despliegue del vehículo eléctrico y el fomento del cambio modal al tren de mercancías eléctrico. La electrificación del transporte también relevantes ganancias de eficiencia - un vehículo eléctrico es 3-4 veces más eficiente que uno convencional. No hay demasiadas dudas de que los vehículos eléctricos van a lograr su madurez tecnológica y de costes en 3-4 años y el ferrocarril es maduro tecnológicamente desde hace muchas décadas. Para el corto plazo y durante toda la transición, el gas natural, comprimido y licuado, debería ser muy importante al ser tecnología madura, viable y competitiva, en especial en el transporte ligero y pesado de mercancías.
En el sector edificación, será necesarios ahorros entre el 30 y el 40% en el consumo de energía del parque de viviendas con dos opciones básicas: la rehabilitación con criterios de alta eficiencia energética y la bomba de calor para los usos térmicos del hogar. Otra vez más, las tecnologías están ya disponibles, aunque hay que reconocer las importantes barreras que hay que superar para conseguir actualizar energéticamente nuestro parque de edificios.
Por su parte, el sector industrial, debería reducir paulatinamente el uso de combustibles como el carbón o los productos petrolíferos, que supusieron el 44% su consumo en 2015, hacia el gas natural o electricidad, en todos aquellos procesos en los que sea técnicamente viable. Dado que es un sector clave para la economía, la transición energética en este sector debe realizarse sin incrementar riesgos de competitividad o de deslocalización.
En la generación eléctrica, la indudable mayor penetración de las renovables, principalmente eólica y fotovoltaica, permitirá reducir sustancialmente sus emisiones. En este caso es muy importante no precipitarse en cerrar las centrales térmicas convencionales (incluyendo las nucleares) ya que es muy poco probable que las tecnologías de almacenamiento eléctrico, que presentan, indudablemente, unas perspectivas prometedoras, estén disponibles para su uso masivo antes de 2030. Hay que tener en cuenta que las centrales de carbón nacional estarán cerradas, previsiblemente, en 2 años y las de importación, como tarde, antes del 2030.
Activar esta transformación requerirá inversiones. Concretamente, estimamos que hasta 2050 se necesitaría una inversión de 310 mil millones de euros adicionales sobre un escenario continuista actual (que no permitiría cumplir con los objetivos a 2030 y 2050). Sin embargo, esta inversión es una oportunidad: las inversiones se realizarían en sectores con alto impacto en la generación de riqueza y empleo, y reduciremos las importaciones energéticas.
En definitiva, la transición energética es una necesidad, pero también es una oportunidad para desarrollar una economía más competitiva, por lo que la Administración ha de ejercer un liderazgo proactivo y generar un marco eficiente y estable de políticas que marque el camino.
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Artículo publicado en ABC el domingo día 18 de febrero de 2018