Por eso les propongo un breve ejercicio de íntima reflexión. Después de estos años, ¿qué nos han dejado las Legaltech?
De entrada, muchas conversaciones interesantes, aunque alguna de ellas haya derivado en análisis y decisiones precipitadas, incluso erróneas, acerca de si un despacho necesita un motor de procesos o invertir en robots. Esto ha derivado en alguna inversión fallida y la consiguiente conclusión de que el Legaltech no es útil para los abogados tradicionales. Error.
Claro que sirven, pero hay que saber que para implementar con éxito una determinada tecnología es necesario un cierto nivel de madurez operativa, algo que no siempre se tiene. El robot puede fallar pero con bastante frecuencia se le saca partido. Y fíjense, puede incluso darse el caso de que ni siquiera fuese un robot lo que se necesitaba. Aquí tendríamos prueba y error con curva de aprendizaje, algo completamente normal cuando nos adentramos en una nueva aventura de este tipo.
¿Cómo es posible que se falle con una herramienta específicamente diseñada para solucionar un problema concreto? Sencillo, paliar las consecuencias no soluciona el problema. Está bien contar con tecnología de automatización de contratos cuando los trabajamos a miles pero, si no se tiene un proceso ordenado que permita alimentar adecuadamente la herramienta, ésta seguirá siendo inservible. Desde que se arranca el motor hasta que se alcanza una buena velocidad de crucero hay que ser pacientes, no recurrir al 'yo tardo menos'.
Si la paciencia no consta en nuestra hoja de ruta existe otra opción, que consiste en invertir en otra herramienta que ordene el proceso y facilite el trabajo a la primera. El problema es que el presupuesto se dispara y la rentabilidad se desploma.
Siguiendo con la reflexión, las Legaltech han venido también con idioma propio, pero ajeno al de los abogados: el lenguaje técnico. No el de los acrónimos, sino el de las personas que vas a poner en marcha los sistemas del despacho. No nos confundamos, el problema es tan nuestro como suya la falta de interés por aprender jerga legal. Uno no pierde excelencia profesional porque, de cuando en cuando, se humanicen los conceptos. Las funcionalidades de cualquier herramienta han de ser construidas para facilitar y asegurar esa excelencia que se ha de entregar al cliente. Pero no se rigen por las reglas de dicha excelencia. Dicho de otro modo: liar a los desarrolladores con mil cambios en las etiquetas no hace mejor la herramienta, cuesta mucho dinero, diluye el foco y lleva al proceso de desarrollo a una vía muerta de las que a veces ya no es posible salir.
Y si Vaughan, gurú del aprendizaje de los idiomas, viera negocio en esto de enseñar el idioma techy por la tele, seguro que se esforzaría en que aprendiéramos, al menos, tres cosas:
Y tras estas reflexiones les diré que conocemos muchos proyectos muy exitosos en esto de las Legaltech, pero ninguno en el que no se hayan analizado debidamente el caso de uso y en el que abogados y técnicos no hayan aprendido a entenderse.
¿Hablar de Legaltech? Un placer. Porque al final del día han traído muchas cosas y muy buenas. Han traído un montón de acrónimos a la vida de los abogados, pero también han traído transformación. Han empujado una transición de modelos de la que ya nadie duda. Han traído esas conversaciones a los despachos que luego han permitido abrir las puertas a nuevos perfiles. Y como la lluvia fina, nos han dejado también el peso necesario para afrontar con garantías la siguiente ola de tecnología que en breve tendremos encima.
A mí leer y escribir de estas tecnologías sí que me va a gustar. Pero aún falta un poco. Muy poco. Se lo aseguramos.
Artículo de Alberto Galán, CTO de Deloitte Legal, publicado en la revista DeLawIt nº11.