La inteligencia artificial (IA) se ha integrado de forma acelerada en las operaciones empresariales de todo el mundo, impulsando la automatización, la personalización y la eficiencia a gran escala. Su auge se ha visto impulsado por avances recientes (como la IA generativa y el auge de los agentes digitales), así como por los avances que ya visualizamos en los próximos años (como la computación cuántica) y por inversiones cuantiosas: por ejemplo, desde 2019 la demanda en el uso de IA se disparó 130%, mientras que la proporción de grandes empresas que la utilizan se ha duplicado en los países que conforma la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En paralelo, gobiernos de todo el mundo han emitido más de mil iniciativas en al menos 70 países para abordar la IA, entre estrategias nacionales, proyectos deley y políticas públicas.
Desde la automatización de procesos hasta la toma de decisiones basadas en datos, la integración de este fenómeno tecnológico en las operaciones corporativas está redefiniendo industrias completas. Sin embargo, el empleo de IA genera una polarización razonable: hay quienes abogan por una adopción acelerada para no quedar atrás, y hay quienes, con prudencia, alertan sobre los peligros de avanzar sin preparación.
Asimismo, conforme las organizaciones aceleran sus despliegues de IA, surge la gran pregunta: ¿podemos confiar al 100% en la inteligencia artificial?
La inteligencia artificial no debe tratarse como una herramienta común, sino como una disrupción estructural que exige gobernanza, liderazgo ético y visión de largo plazo. Adoptarla sin preparación puede destruir reputaciones, generar injusticias y poner en riesgo la continuidad operativa; ignorarla, por otro lado, equivale a perder clientes, competitividad y capacidad de supervivencia.
Si deseas profundizar en el tema, te invitamos a consultar el siguiente enlace: La ética como ventaja competitiva en la era de la inteligencia artificial