El entorno rural español representa más del 80% del territorio nacional, pero sufre desde hace décadas una serie de desafíos estructurales que frenan su desarrollo, como la despoblación creciente, el envejecimiento poblacional, la pérdida de peso del sector primario y una brecha cada vez más marcada en infraestructuras y servicios respecto a las zonas urbanas. Estas dinámicas reducen las oportunidades económicas, limitan el arraigo rural y debilitan la cohesión territorial.
Sin embargo, ese mismo entorno rural concentra activos estratégicos que lo posicionan como un actor clave en la transición energética que debe abordar España. La abundancia de espacio disponible, la riqueza de recursos renovables, los residuos agropecuarios aprovechables y los fondos movilizados mediante programas de apoyo público convierten a este territorio en un potencial motor de crecimiento sostenible. Aprovechar esta oportunidad dependerá de la capacidad para diseñar políticas integradoras que generen impacto local duradero.
La España rural se enfrenta a un conjunto de debilidades estructurales. En primer lugar, la densidad de población es muy baja en amplias zonas del interior peninsular. En 2024, 15 provincias españolas registraron
densidades inferiores a los 30 habitantes por km2. Mientras que la población del país creció un 20% entre 2001 y 2024, estas provincias vieron reducida su población hasta en un 18%, como es el caso de Zamora.
El sector primario, históricamente motor económico del mundo rural, ha perdido peso de forma sostenida. Aunque representa de media un 7,5% del Valor Añadido Bruto (VAB) en las provincias menos pobladas (frente al 2,7% nacional), su contribución ha caído 4 puntos porcentuales en las dos últimas décadas, reflejo de un proceso de terciarización que no ha ido acompañado de una reindustrialización equivalente.
El envejecimiento es otro de los grandes retos: en algunas provincias rurales, una de cada tres personas tiene más de 65 años. Esta situación, combinada con la falta de oportunidades laborales y de servicios, dificulta el relevo generacional y la atracción de nuevos perfiles cualificados. A ello se suma una brecha en infraestructuras básicas como la conectividad digital, el transporte público o el acceso a la sanidad y la educación.
A pesar de todo, el entorno rural dispone de recursos clave para hacer frente a estos retos y convertirse en pilar de la transición energética:
El medio rural tiene una combinación de recursos físicos y naturales que le confieren una ventaja competitiva para la transición energética. España es uno de los países europeos con mayor disponibilidad de suelo no urbano ni forestal, lo que facilita el desarrollo de plantas solares y eólicas. Las zonas de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura destacan por su buen equilibrio entre disponibilidad de terreno y recurso solar, con entre 2.400 y 2.800 horas de sol anuales.
También hay margen para aprovechar el recurso eólico, especialmente mediante la repotenciación de parques existentes o el desarrollo de nuevas instalaciones en zonas con buen viento. En el ámbito hidráulico, muchas cuencas hidrográficas permiten la instalación de centrales de bombeo o minihidráulicas, aprovechando la infraestructura embalsada ya existente.
A esto se suma el potencial de valorización de residuos agropecuarios. En 2022, el sector primario generó más de 5,5 millones de toneladas de residuos agropecuarios, que pueden utilizarse como biomasa para generar energía o para la producción de combustibles renovables.
Estas condiciones permiten activar oportunidades económicas en tres grandes sectores:
Esta oportunidad se refuerza con habilitadores específicos del medio rural como son los modelos de priorización de proyectos estratégicos (como la gigafactoría de baterías en Aragón), alianzas público-privadas con gobernanza local (como la central de Gorona del Viente en El Hierro), que permiten empoderar a las comunidades rurales, y el acceso a fondos europeos (Next Generation, FEDER, FEADER) y nacionales para el desarrollo rural y energético.
Aprovechar esta oportunidad no pasa solo por desarrollar instalaciones de energía renovable, sino por transformar el modelo de desarrollo territorial. Para que la transición energética genere impacto duradero, es necesario diseñar una estrategia integral que movilice al ecosistema local y refuerce su resiliencia.
Activar cadenas de valor rurales implica integrar a agricultores, ganaderos, cooperativas, pymes, centros formativos y administraciones locales en los nuevos proyectos. La participación activa del territorio debe garantizarse mediante modelos de gobernanza colaborativa y fórmulas que repartan los beneficios económicos de manera equitativa.
Asimismo, es clave planificar el uso del suelo de forma eficiente, combinando actividad energética, agraria, forestal y de conservación. Esto exige una regulación clara y flexible, que permita aprovechar sinergias como las que ofrece la agrivoltaica o la bioenergía.
Por último, es necesario invertir en infraestructuras que acompañen el cambio: redes eléctricas resilientes, conectividad digital, transporte público, servicios básicos y espacios de formación. La modernización del entorno rural es condición necesaria para atraer población y consolidar un nuevo ciclo de desarrollo inclusivo.
El entorno rural español no es solo una parte del territorio que necesita ser protegida o reequilibrada, es un activo estratégico en sí mismo. Su papel en la transición energética puede ir mucho más allá de ser un espacio receptor de infraestructuras: puede ser el motor de una transformación económica y social basada en la sostenibilidad, la innovación y la cohesión territorial.
Los recursos existen, las oportunidades están identificadas y los primeros casos de éxito ya son una realidad. El reto ahora es activar todo el potencial con visión a largo plazo, planificación territorial y compromiso entre las instituciones, las empresas y la ciudadanía.
La transición energética es también una transición territorial. Y el futuro de una España más sostenible, resiliente y cohesionada pasa, en buena medida, por el impulso del mundo rural.