El panorama global de riesgos se ha transformado drásticamente en la última década, exigiendo a las organizaciones replantear sus estrategias de identificación y administración de amenazas. Los riesgos financieros y fiscales que dominaron la atención en los primeros años del periodo analizado (2007-2014) han dado paso a preocupaciones medioambientales (clima extremo, desastres naturales, escasez de agua) que, según los reportes del World Economic Forum (WEF), se han convertido en los más relevantes desde 2014 y se proyectan como críticos hacia 2034.
A este escenario se suman amenazas tecnológicas, con ciberataques que, si bien no encabezan las listas de impacto global, representan un peligro en constante evolución y sofisticación. El crecimiento de la inteligencia artificial ha potenciado tanto la precisión de los ataques cibernéticos como la proliferación de desinformación, profundizando la polarización social y aumentando la vulnerabilidad de procesos electorales y toma de decisiones estratégicas.
La gestión de riesgos empresariales, por tanto, no puede limitarse a la coyuntura inmediata. Es esencial incorporar una visión de mediano y largo plazo que contemple fenómenos cada vez más complejos: desde el cambio climático y la ciberseguridad, hasta la manipulación informativa. Solo mediante la anticipación y una revisión continua de posibles escenarios las organizaciones podrán prevenir, mitigar y reaccionar de forma oportuna ante la materialización de estos riesgos, garantizando su sostenibilidad y la de las comunidades donde operan.
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